Cultura

Paulo Neo habló con TiempoSur sobre su actualidad y la vida en la gran ciudad

En Buenos Aires hace ya varios meses, el escritor Paulo Neo encara proyectos de diversos estilos enmarcados no sólo en su literatura, sino también en unión con otra de sus pasiones, la música. “Como muchacho de pueblo que soy, la ciudad ejerce sobre mí una fascinación que conjuga sordidez y encantos simétricos”.

  • 27/10/2016 • 08:56
Paulo Neo
Paulo Neo

Sin perder la autenticidad que lo caracteriza, Paulo Neo habló con TiempoSur sobre su vida en el barrio de San Telmo, uno de los más característicos de la ciudad porteña donde se conjugan las más diversas expresiones culturales. Se refirió a su trabajo, las posibilidades, citó escritores que marcan su actualidad y detalló momentos de su intimidad creativa.

 

¿En qué andás? ¿Qué puertas se han abierto? ¿En qué has participado?

Tuve la suerte de que se me abran las puertas de un hogar: el de mi amigo Batty. Que, además, tuvo la maravillosa idea de invitarme a alguno de sus shows en Montevideo y Rosario. La pasamos verdaderamente bien. Tanto, que lo repetimos en un teatrito de por acá. Ahora estamos planeando seguir produciendo más eventos de ese tipo: cálidos, más bien íntimos, con música y letras por partes iguales. Pretendiendo acercarnos a otros artistas y sumar experiencias. Mis compañeros son músicos o poco relacionados con la literatura. Le temo al acartonamiento como a la muerte misma. Cada tanto escribo algún poema o algo que parezca una canción. Sólo para recordarme que la relación con la música no deja de ser estrecha.

 

¿Cómo y en qué momento ha llegado este cambio? ¿Cómo pega en la parte de la creación?

Bradbury dijo que la principal característica de todo escritor es la efusión, que debería considerarse una criatura de fiebres y arrebatos. En ese sentido, parte de mi vida cambió cuando leí “Las ciudades invisibles”, de Italo Calvino. Desde ese momento (seguro viene de mucho antes pero justo ahí se me volvió evidente), me obsesiona todo aquello relacionado a las ciudades, sus nombres, sus recovecos, sus historias desapercibidas. Como muchacho de pueblo que soy, la ciudad ejerce sobre mí una fascinación que conjuga sordidez y encantos simétricos.

No escribo todo lo que quiero, pero escribo todo lo que puedo. Vivo en un departamento pequeño sin cortinas, con muchos libros y películas, veo mucho cine.

El proceso creativo es fluido, lo disfruto bastante y lo voy limando a diario. Leo todo lo posible y, por lo general, escribo algo al mediodía y un poco más a la noche. Me obsesiona también la brevedad, con algo de esa ilusión de simpleza que supone.

Nada más lejos: cada palabra cuenta y, por lo general, el sentido lo termina dando todo lo que dejás fuera. Uno puede encontrarse un domingo cualquiera viendo llover toda la tarde por la ventana. Y, a veces, ni siquiera se digna a llover.

 

¿En qué estás trabajando? ¿Te acompaña alguien en especial?

Estoy escribiendo sin ningún tipo de meta ni contemplación a futuro. Esto es, de la forma más libre posible. Calculo que llegará luego el momento de reunir algo de todo el material y ver la posibilidad de darle alguna forma más concreta. Pero eso es un proceso posterior en el cual no quiero pensar demasiado. Al menos, no todavía. Este es un año de cambios y la prudencia siempre es buena compañera. Con Andrés Casciani, el ilustrador amigo mendocino, tenemos la idea de hacer una continuación de “Microficciones Ilustradas”, el librillo que sacamos el año pasado. Pero sigue siendo un proyecto, un deseo, más que nada.

Siempre hay alguna oportunidad para leer algo de eso que va saliendo en alguna presentación y compartiéndolo por distintos medios. Las devoluciones y las lecturas ajenas son siempre bienvenidas. Ayudan a replantear y corregir, cosa siempre necesaria.

 

¿En qué favorece este cambio de ciudad? ¿Qué ves de positivo?

Cambiar de ciudad es como cambiar de anteojos: imposible que no te modifique la mirada. Mi nuevo barrio, y hablo de San Telmo, tiene una magia particular. Todas las esquinas tienen historias, cada calle tiene su propio tambor y en los altillos se adivinan las puntas de vestidos fantasmagóricos. El domingo, sin falta, me paseo por la Feria. Siempre hay música en el aire, libros viejos, mujeres que danzan azotando las caderas y niños que corretean. Contemplar la libertad ajena me produce una linda sensación de libertad propia.

Que uno pueda moverse significa evitar la parálisis emocional y, en cierto modo, la intelectual. Volviendo a las ciudades y los viajes, duermo con una valija hecha al lado de la cama y algún libro de esos que cuestan terminar. Rescato esta frase de “Islas en el Golfo”, de Hemingway: ‘Es dentro de uno mismo donde hay que resolver las cosas, no importa donde se esté’. Lo positivo es que sigo siendo el mismo muchacho que se trepaba al paredón del Boxing para ir a jugar un partidito o lloraba a escondidas sobre un libro cuando no lo dejaban salir.

 

Un poco de Paulo Neo: “Lo temporal”

Quien conoce Luppia sabe que allí todo es breve. La ciudad no tiene fecha de fundación, pues nunca nadie pensó en habitarla realmente. Algunos historiadores conocen su ligera existencia, pero Luppia no figura en ningún mapa, en ninguna enciclopedia, las búsquedas de Google no arrojan ningún resultado. Nadie, entonces, conoce sus ordinarios detalles: las viviendas hechas de cartón prensado, las diminutas callejas siempre plagadas de insectos, el cielo plomizo y próximo, la pobreza de sus sótanos oscuros.

Así son las cosas en Luppia. Donde medir el tiempo es innecesario, pues nada altera su perpetua evanescencia, su incesante despojo de sí misma.

Quien conoce Kealma, en cambio, sabe que allí todo es duradero. Y en sus intentos por continuar aquella absurda idea de perpetuidad, la ciudad tiene diversas fechas de fundación. No hay historiador que no conozca lo excéntrico de sus detalles: la altura de sus rascacielos, la anchura de sus calles, la profundidad de sus cielos, la riqueza de sus bóvedas iluminadas.

Así son las cosas en Kealma. Donde medir el tiempo también es innecesario, pero por razones opuestas: nada modifica su continua reformulación, su estructura y su firmeza inacabable.