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Un recorrido por el albergue para personas en situación de calle

A dos semanas de su apertura, el centro tiene diez camas ocupadas. Muchos de ellos, desintoxicados desde la inauguración. El centro provincial, que tiene como motor a la ONG “Ayudemos a Ayudar” también ofrece viandas para más de cien personas, entre ellas familias en emergencia. TiempoSur visitó el lugar.

  • 22/10/2017 • 07:26
La habitación con las diez camas que el día de la recorrida, se ocupan todas.
La habitación con las diez camas que el día de la recorrida, se ocupan todas.

¿Imaginan no tener dónde vivir? Lo primero que se nos viene en mente es pensar en a quién de los nuestros pedirle ayuda, pero ¿y si acaso tampoco hay nuestros? Ni padres, ni hermanos que se preocupen por nosotros, tampoco amigos, mucho menos compañeros de trabajo. Si imaginarlo es difícil, vivirlo ¿Cómo es?

En Río Gallegos, hace apenas dos semanas inauguró el primer albergue para personas en situación de calle. La frase parece un eufemismo. “Situación de calle”: pobreza extrema, soledad, a veces estar enfermos, frío y hambre a diario.

 

Una oportunidad- Son las 21:00 del viernes y en el Centro Social de calle Lisandro De la Torre y Punta Loyola -el cual dependende de Desarrollo Social de Santa Cruz-, ya hay siete varones cenando sobre una mesa de madera rectangular. Cenan y miran la televisión. En el plasma pasan una película de ciencia ficción. Son cuatro pibes jóvenes y tres que ya asomaron a los cincuenta. Afuera, en el patio, hay otro chico más que le habla con vehemencia al de seguridad. Trata de convencerlo de que, en eso que dicen que hizo, en realidad el no tuvo nada que ver. Caminan mientras hablan, van y vienen por un sendero de piedras, en donde de día suele haber picaditos.

En la cocina está Mariana cebando unos mates dulces con la yerba saborizada. Ella es una de las referentes de Ayudanos a Ayudar, la ONG que hace por lo menos dos años se organizó para llevarle un plato caliente a los que estaban a la intemperie. La organización que durante ese tiempo censó a los indigentes, los vistió y les prestó el oído, es ahora una pieza clave en el centro, que es más que un albergue, es oportunidad.

Mariana no es de familia acomodada. Es una de las doce vecinas de la periferia que le puso el cuerpo a la solidaridad, aun a costa de quitarle tiempo a la familia, aun cuando por eso no gane un peso para llevar a su casa que le queda lejísimo; en el José Font.

“En mi casa no me dicen nada por venir acá. Si el que está ahí es mi marido” dice Mariana y señala a otro joven que toma mates con ella y come semillitas de girasol de un Tupper.

Sobre sus cabezas hay una pizarra en donde están los apellidos de unas quince familias a las que se les lleva la vianda de almuerzo y cena. En promedio, todas tienen entre dos y cinco chiquitos. Son familias carenciadas que circunstancialmente están atravesando una situación de urgencia ¿Algo más urgente que no tener para comer? Familias que por ejemplo perdieron la casa en un incendio, o que tienen personas con discapacidad, ancianos.

Sobre la mesada de la cocina hay una olla enorme con un estofado de arroz con carne. Hasta las 22:00 hay tiempo para sentarse a comer y la puerta sigue sonando con nuevos comensales.

Antonio es uno. Por la ventana hace una seña preguntando si todavía se puede. Entra con la sonrisa de oreja a oreja. Tiene el cuerpo encorvado debajo de una campera de gamuza marrón pesada como sus manos. Se sienta y espera.

“26 Comiendo todos juntos es el record que tuvimos”, cuenta Yamil Báez, que se toma un momento y saca el cálculo de cuantas personas pueden comer gracias a ese lugar: unas 190 por día, contando viandas a familias y casos de emergencias.

En la pared que da a la puerta de la cocina hay otra pizarra con novedades: “Mañana, tarta de frutillas”. Después de la cocina amplia con vista al living, hay un pasillo que da al depósito y a un lavadero. Los estantes rebosan de distintas frutas y en otros canastos hay verduras, como parte de una dieta armada por nutricionistas. Frente a ese pasillo está la oficina de Yamil, pero adentro esta Viviana Caballero, con gente que dentro de poco va a coordinar un proyecto de panificación que sugirieron los habitués del centro, porque no abandonan la idea de sentirse útiles y piensan en una salida laboral.

Viviana es la directora provincial de Desarrollo Institucional del Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia. Es una colorada de pelos ondulados, que le caen sobre los hombros de un cuerpo alto, al que le suma tacos vertiginosos.

Atravesando el comedor hay una puerta doble de emergencia y enfrente está el sector de duchas con seis individuales por los que tienen que pasar quienes deseen dormir en el centro. Bañarse antes de dormir, y ponerse ropa cómoda es obligatorio. Para eso les dan un equipo de gimnasia de algodón de color azul oscuro, que algunos miran de reojo porque sienten pudor, o tal vez no quieren verse igual que el otro.

Esos buzos salen de otra habitación en la que también hay stock de máquinas de afeitar, desodorantes, jabones, toallas limpias y demás enceres. Junto a eso, la habitación con diez camas perfectamente tendidas.

 

No obliga a nadie a quedarse- El día que inauguraron el albergue, sólo fueron dos personas a quedarse a dormir, el resto, que tampoco tenía dónde quedarse por la noche prefería irse. El día que TiempoSur visita el lugar, las diez camas van a ocuparse.

Viviana cuenta que no todos ellos tienen problemas con el consumo de sustancias, sino que también están los que por la edad no consiguen oportunidades laborales, o sus oportunidades finalizaron, y ahora están en situación de calle. Sin embargo, considera esa circunstancia algo “temporal” porque “con acompañamiento y herramientas se puede superar”, asegura.

El centro social para personas en situación de calle no obliga a nadie a quedarse. Es un lugar de ingreso absolutamente voluntario en el que también se juegan otras problemáticas asociadas con la salud mental, a veces, por años de consumo.

Aunque durante los últimos dos años el Municipio viene amagando con la creación de un albergue para este grupo en situación de riesgo, e incluso hubo funcionarios que salieron a pedir donaciones, no existe hoy un acompañamiento de la administración local al centro.

Para comprender la dinámica de quienes están en la calle con alguna patología, puede ser útil analizar lo que sucede fuera del Hospital Regional. En uno de los laterales y sobre un colchón de cuerina amarillo solía verse a un grupo de indigentes. De un tiempo a esta parte, ya no se los ve. La explicación es que, según se observó, por lo general hay una persona con un problema que debe ser abordado desde la Salud Mental y a su vez, tres o cuatro que acompañan en la llamada “ranchada”. Esos tres o cuatro sí tienen dónde quedarse, pero eligen, por consumo, ese lugar. Al desaparecer de allí el que no tiene donde vivir, justamente porque encontró una alternativa, el resto también se va.

Antes de la habitación, un gran cartel de maderas colgantes da la bienvenida y fija en sus tablones las reglas. Los varones que van a dormir pueden entrar al centro desde las 19:00 y hasta las 22:00. Luego de eso, ya no. Antes que nada, debe ducharse, después cenar lo que se sirva entre las 20:00 y las 22:00 y entonces sí, irse a la cama, pero deberá levantarse a las 07:30 a más tardar, porque hasta las 09:00 sirven el desayuno. El paso previo es la admisión en la que se les pide que reconozcan con su firma, que entienden las normas de convivencia.

En estas dos semanas desde su apertura, los usuarios del centro pudieron vacunarse y hacerse el test de HIV, hacer deporte, asistir a talleres de madera con los que fabricaron unas banquetas y ceniceros que hay en el patio, y también, el que quiso, pudo acceder a módulos de conocimiento.

“Es que veíamos que algunos querían empezar a dormir la siesta y la idea es que éste no es un lugar para el ocio”, dice Viviana, que tiene la idea de que también se implemente un invernáculo.

El equipo se completa con una psicóloga social, agentes socio-sanitarios, promotores sociales, que cumplen funciones en el centro cuyo espejo son, aunque adaptado a nuestra realidad, los paradores de Buenos Aires.

Muchos de los varones que van a comer al centro están en abstinencia desde el 4 de octubre que el centro abrió. Es un esfuerzo enorme que retribuye a esa, tal vez, última chance que tendrán algunos, sobre todo los de más edad.