Deporte

Carcelero de profesión y basquetbolista apasionado

Se llama Juan Velardes. Nació en Buenos Aires pero se crió en un pueblo del interior de Formosa. Dejó una posibilidad de ser jugador profesional de básquet para seguir su profesión. Hoy es el Director de la Unidad N° 15 del Servicio Penitenciario Federal y juega en el Club San Miguel de esta ciudad. Sueña con algún día poder llevar el deporte que ama a su trabajo y hacer que convivan en una hermosa armonía. Su historia, en primera persona.  

  • 22/08/2015 • 10:22

De día, es el Director de la Unidad N° 15 del Servicio Penitenciario Federal. De noche, al menos un par de veces por semana, el pívot del club San Miguel. Su trabajo y su pasatiempo son coincidentes en algunas cosas. Por ejemplo, en esto de vivirlos desde la pasión misma. Pero también son complementarios. Al menos para Juan Velardes. El nacido en Buenos Aires suele descargar todo lo acumulado en un intenso día de trabajo, y vaya que cada jornada suya lo es, rozándose en la pintura. Corriendo de un lado para el otro de la cancha, también, intentando anotar en aro ajeno y evitando que los otros hagan esto en el propio. Cuida y resguarda el bien de su equipo tanto como lo hace con la sociedad en general.  

Jugó al básquet desde siempre. Lo hizo en su pueblo adoptivo, Estanislao del Campo, en Formosa. Este lugar, que se hizo conocido por el trabajo hecho con los pueblos originarios por el doctor Estaban Laureano Maradona, está situado a más de 230 kilómetros de la capital de esa provincia. Y a varios miles de Buenos Aries y de la propia Río Gallegos. De acuerdo con los datos el último censo, la cantidad de habitantes supera las 4500 personas. Estos datos corresponden al año 2010. Ahora, quizás la población haya aumentado un poco. Antes, seguramente, la cifra fue considerablemente menor.

En esos tiempos de comunidad reducida, la relación con el básquet era más bien escolar. Ese fue el ámbito en donde Velardes se inició con la pelota naranja. Fue como parte del programa de la materia Educación Física, en sus épocas de estudiante secundario. Por ese entonces, no había muchos clubes en el pueblo. Claro, casi no había gente que albergar. Por eso, todo lo que sucedía a nivel deportivo, social y cultural, ocurría en el colegio. Desde allí, saltó al mundo por así decirlo. El básquet del pueblo, que llegó con la migración de un grupo de docentes cordobeses y catamarqueños, empezó a sobresalir en cuanta competencia regional se disputó. Y más también, fue protagonista de varios eventos nacionales, como los Juegos Evita.

“Cuando terminé el colegio, un entrenador que conocía, del club Estudiantes de Formosa, me ofreció ir a jugar con ellos. Fue mi primer y único contacto con el profesionalismo. Me iban a dar algo de plata y la posibilidad de seguir con los estudios. Al mismo tiempo que me salió esta posibilidad yo había presentado los papeles para ingresar al Servicio Penitenciario. Tuve que decir. En ese momento, opté por probar con la parte laboral. Me fue bien y entonces el básquet pasó a segundo plano”, manifestó el ahora residente en esta ciudad.

Sus compromisos con el trabajo lo llevaron a mudarse en más de una oportunidad. Con él se fue la profesión y también el pasatiempo. Llevó consigo la pasión por el básquet. Anduvo por Salta, en el club Sargento Cabral, y por General Roca, en el Deportivo homónimo. “Cada vez que me tocó mudarme, busqué el circuito de básquet. Siempre hay algún lugar en donde se practica este deporte. Trato de sumarme. Me gusta y me da satisfacción hacerlo”, contó el pívot.     

Con el correr de los años, el deporte se transformó también en algo social para Velardes. “Nuestro trabajo nos lleva a pasar mucho tiempo con las mismas personas y a hablar siempre los mismos temas. Por necesidad, es bueno vincularse con otra gente y el básquet me ayudó siempre en ese sentido”, dijo el bonaerense.   

Dentro de la comunidad carcelaria, la práctica deportiva es algo habitual. Aunque esa es una batalla que por ahora el director de la Unidad 15 local tiene perdida. Es que no pudo, en ninguno de los lugares en donde estuvo, transmitirle a los reclusos su pasión por el básquet. Estos prefieren el fútbol y el boxeo. Velardes tiene una explicación para que así sea: “Supongo que tiene que ver con la popularidad de las disciplinas. También con el hecho que el 90% de la población de las cárceles proviene de los sectores más humildes. Estos relacionados con los deportes más masivos. El básquet no lo es o no a la altura del fútbol o el boxeo”.

Desde que empezó a jugar, sus entrenadores lo hicieron jugar cerca del aro. En la pintura. Su físico lo ayudó. También la explicación de esto, llega en primera persona. “Me toca siempre el trabajo duro. Quizás esté relacionado con la tarea que hago”, tiró.

Su trabajo despierta curiosidad. El llegar a un lugar y contar de qué se trata su labor, ya suele ser moneda corriente. Le paso antes, y también ahora en San Miguel. “Suele llamar la atención y genera curiosidad. Una vez que se acostumbran al hecho después todo es más normal. Les estoy muy agradecido a Gustavo Segovia, Adolfo Bravo y Alfredo Murno por haberme abierto las puertas del club y haberme recibido de la manera en que lo hicieron. Estoy muy contento y muy cómodo. A tal punto que hasta mi nena empezó a jugar en el club. La familia respira básquet y nos encanta que así sea”, acotó el gigante del santo.

Como dijo antes, su profesión intimida. Aunque a la hora de jugar parece que no tanto. “Ojalá mi trabajo me hubiera servido para sacar alguna ventaja a la hora de competir. La verdad que no es así. Los contrarios me defienden igual, o más, que al resto. No me tienen miedo. Hay quienes no están enterados de lo que hago”, finalizó. El sueño de Velardes es, algún día, hacer coincidir la tarea con el placer. No pierde la esperanza.

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