Cómo fue dar clases de Formación Cívica en 1983
Columna de opinión.
En el año 1978, comencé a trabajar como docente en el Colegio Nacional República de Guatemala de Río Gallegos, cuando aún no disponía de edificio propio y funcionaba en las instalaciones de la histórica Escuela N° 1 de calle Maipú.
En esos, mis primeros años, me desempeñé como profesor de Historia y de Formación Cívica. Algunos años más tarde nos trasladamos al actual edificio en la costanera de la ciudad.
En 1982 la guerra de las Islas Malvinas aceleró velozmente el regreso a la democracia y la retirada del gobierno militar, cambiando totalmente el contenido de la materia Formación Cívica, que pude enseñar con total libertad gracias al apoyo de las autoridades del Colegio.
En todas partes se percibía el cambio de humor y las expectativas en la sociedad por los nuevos buenos cambios que se avecinaban, al tiempo que la actividad política comenzaba a crecer. No había lugar o espacio donde no se hablara de los candidatos y de las futuras elecciones.
Con mis alumnos desempolvamos la Constitución Nacional y la Constitución Provincial y allí pudimos conocer nuestros derechos y nuestras obligaciones y temas centrales como la división de poderes o la existencia de un parlamento bicameral, algo desconocido en esos años.
En 1983, el año de las elecciones, la ciudad, como la provincia y todo el país, se vio empapelada por la propaganda gráfica de todos los partidos. Mis alumnos elegían libremente las plataformas políticas que llevaban al curso y allí armaron cartelerías y crearon afiches con propuestas acordes a su edad.
Yo me dedicaba a enseñar, nunca a adoctrinar. Eso lo aprendí de un grande: el doctor Luis María Aguilar Torres, mi profesor cuando cursaba quinto año. Un señor, un caballero con quien las vueltas de la vida nos hizo colegas docentes en los ochenta.
Se acercaba el 30 de octubre y se veían las imágenes y se escuchaba la palabra de los principales candidatos: Ítalo Luder y Raúl Alfonsín a la presidencia; Arturo Puricelli y Jorge Lorenzo a la gobernación y Marcelo Cepernic y Ángela Sureda a la intendencia de Río Gallegos. También, además de peronistas y radicales, se destacaban el Partido Intransigente y el Movimiento de Integración y Desarrollo.
Las clases en el año en que volvía la democracia eran muy dinámicas. Y lo mejor: un día en plena campaña electoral convertimos el aula en un cuarto oscuro. Contábamos con el Registro de aula, que nos sirvió de padrón.
Los chicos presentaban sus documentos, integramos la mesa con fiscales elegidos por ellos y finalmente realizamos el acta de elección. Mis alumnos votaron y fueron muy visionarios: el ganador de esa mini elección fue el doctor Raúl Alfonsín. Así, todos juntos celebramos este significativo acto de la democracia.
La comunidad educativa del Colegio Nacional era muy particular. Había padres de mis alumnos que eran candidatos a cargos electivos, y con ellos conversábamos animadamente a la salida de clases, cuando venían a buscar a sus hijos. Relaciones muy cordiales, sin grietas, sin agresiones. Solo con alguna que otra cargada o broma, para reírnos y hacer todo más ameno.
Tanto los alumnos como sus padres conocían mis ideas y mi participación y pertenencia a un sector político y nos respetábamos muchísimo. Así era el Río Gallegos de los años ochenta, una ciudad donde todavía nos conocíamos todos.
Fue una hermosa época sin dudas, algo que nos permite la vida en democracia. Gracias a TiempoSur por permitirme recordarla. Le mando por este medio un abrazo gigante a mis alumnos de aquellos años y guardo el mejor de los recuerdos de mi querido Colegio Nacional República de Guatemala.