Histórico lugar

El Luna Park en venta

Es de la Iglesia y quiere desprenderse del estadio y en su lugar pretenden levantar un edificio de oficinas. Inaugurado en 1932, fue donde velaron a Gardel, se conocieron Perón y Evita y boxearon leyendas como Bonavena o Locche.

 

25/07/2019 • 10:10

No me jodan, me cagan la vida. Tendría que pedir permiso hasta para cambiar una lamparita”. Juan Carlos “Tito” Lectoure no se andaba con vueltas cada vez que un político le mencionaba la posibilidad de que el Luna Park -su Luna Park- fuera declarado Monumento Histórico Nacional.

Sabía de lo que hablaba el promotor de boxeo que ayudó a consagrar a trece campeones mundiales argentinos. Suficiente era que tuviera que lidiar con las amenazas de la verdadera propietaria del estadio, su tía política para todos -y compañera y amante en la intimidad-, Ernestina Devecchi de Lectoure, que amenazaba con “vender de una vez por todas ese amante caro” que ya no dejaba plata.

Tito Lectoure era la cara visible del Luna Park. La verdadera dueña era su tía política y amante, Ernestina Devecchi.

Porteño de ley, Lectoure aceptó que en 2001 la Ciudad declarara al Palacio de los Deportes como Sitio de Interés Cultural, un detalle inocuo. Murió meses después y no vivió para ver la pelea intestina por el control de ese viejo galpón pretencioso donde velaron a Gardel, se realizó el acto nazi más grande fuera de Alemania, se conocieron Eva y Perón, deslumbró Nicolino y se casó Maradona.

Nicolino Locche, en una de sus recordadas peleas en el Luna Park.

En 2007, Esteban Livera, sobrino de Tito y heredero natural, fue contra la voluntad de su tío y logró que Néstor Kirchner firmara el decreto 123/07 para declarar al Luna Park Monumento Histórico Nacional. La gestión del entonces vicepresidente Daniel Scioli fue fundamental.

El sobrino de Lectoure -desplazado de la gerencia y con una denuncia penal a cuestas por el presunto robo de un libro de balances- logró su cometido luego de que se frustraran ventas por US$ 23 millones. Quería evitar la desaparición del estadio. El abogado Pedro Antonio Albitos, hijo de un histórico mayordomo del Luna Park, y apoderado de una Ernestina ya postrada, lo lamentó.

En 2013, tras la muerte de Ernestina se abrió el testamento. El 95% del Luna Park fue legado en partes iguales a Cáritas, que depende del Arzobispado de Buenos Aires, y a la orden salesiana de San Juan Bosco. Ese mismo año, Jorge Bergoglio, que solía ordenar sacerdotes en el estadio, fue ordenado Papa. Felices los Niños, de Julio César Grassi -que ofició el velorio de Lectoure- había desaparecido del testamento en 2002, tras las denuncias por abuso infantil. Tiempo después la Iglesia compró el otro 5% del Luna, que era propiedad de Tito y heredaron sus hermanas y sobrinos. La denuncia penal contra Livera se archivó.

Esteban Livera se hizo cargo del estadio cuando murió su tío, Tito Lectoure.

En abril de 2015, un plan de reforma llegó hasta el mismísimo Vaticano de la mano del productor de televisión Adrián Suar y de su hermano. En la audiencia con Guillermo Karcher, secretario personal del Papa, los empresarios presentaron planos y maquetas de un proyecto que planeaba convertir el galpón de Bouchard y Corrientes en un centro ecuménico multirreligioso. Trascendió que la idea había sido bien recibida y hasta se especulaba con una posible inauguración en 2017, pero el tema nunca más reapareció en la agenda.

Jorge Bergoglio en el V Encuentro Fraterno de Evangélicos y Catolicos, que se celebró en 2009 en el Luna Park. Foto: Germán García Adrasti

Tampoco hubo novedades del interés inicial e informal de la productora Time for Fun de quedarse con la propiedad.

Ese año, en cambio, trascendió que la Curia estaba interesada en vender el inmueble para construir torres de oficinas. El rumor terminó con una negativa que habría llegado desde Roma.

Ahora, dos años después, los dueños del Luna Park otra vez intentan deshacerse de él para que se levante en su lugar un edificio de oficinas como los que lo rodean. Es un secreto a voces que un grupo inversor europeo está interesado en la operación.

La profecía de Lectoure, sin embargo, está viva. “La declaración de Monumento Histórico es una expropiación encubierta”, se resignan en Corrientes y Bouchard. Albitos –“el único abogado que nunca fue a juicio”, según lo describía Tito- sigue asesorando a los nuevos dueños del Luna Park. Como en el pasado, promueve su venta y no atiende las consultas periodísticas. 

En el Arzobispado prefieren el silencio; también en la oficina de inmuebles. Joaquín Mariano Sucunza, obispo auxiliar de Buenos Aires, es quien administra el patrimonio de la Curia. La Iglesia necesita fondos para suplir los $130 millones destinados a sueldos que todavía salen de las arcas del Estado y a los que renunció voluntariamente. La venta del Luna Park llenaría ese vacío durante años.

Mario Poli en una jornada de renovación carismática contra la despenalización del aborto en el Luna Park, el 9 de julio de 2018.

Para poder conseguir la cifra sideral de la que se habla -más de US$ 40 millones- necesitarían que la Comisión de Patrimonio Cultural cambiara la preservación estructural del edificio y de la histórica fachada. Acaso más imprescindible sería que la Ciudad modificara la zonificación de la manzana, declarada Área de Protección Histórica. Para esto, habría que reformar el Código Urbanístico sancionado en enero. Esto necesitaría la aprobación de la Legislatura, donde el tema ya llegó a oídos de algunas espadas del oficialismo. 

Horacio Rodríguez Larreta ordenó que el subsecretario de Registros, Interpretación y Catastro de la Ciudad, Rodrigo Cruz analizara la situación. El jefe de Gobierno se reúne todos los meses con el arzobispo Mario Poli. Su relación es tan estrecha que -a pedido del prelado- incluyó a Pilar Bosca como candidata a legisladora. Cerca del jefe de Gobierno rechazan que Poli haya abogado por el cambio catastral.

En el Ejecutivo porteño aseguran que una modificación para una hipotética edificación es casi imposible. Requeriría el acuerdo de las dos instituciones propietarias y el visto bueno de la Legislatura y de la Comisión de Patrimonio, que depende de Nación. “De todos modos, Buenos Aires necesita otro estadio a su altura”, argumentan.

Un palacio de los deportes y de la melancolía que vale millones

Que los terrenos del Luna Park valgan los millones que valen es mérito de un combo de razones. La principal: el desparpajo de dos tipos audaces: José “Pepe” Lectoure e Ismael Pace. En 1926, tuvieron que desalojar el terreno donde se levantaba su primer estadio, en Corrientes 1032. Comenzaban las obras para ensanchar la 9 de Julio. Allí 10 años después se erigiría el Obelisco.

El Luna Park original sobre la calle Corrientes.

En 1931 los dos socios decidieron construir un estadio en un terreno alquilado al Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico, a sólo 10 cuadras, pero justo donde la ciudad “terminaba”. Lo pagó en buena medida la sangre del mejor pupilo de Lectoure: Justo Suárez, “el Torito de Mataderos”, y los contactos con el gerente de la empresa. Vieron futuro en esa zona de trabajadores portuarios gracias a la inauguración del tercer tramo de la línea B de subtes.

Construcción del Luna Park en terrenos cedidos por el ferrocarril en 1932./ Archivo Clarín

El 6 de febrero de 1932, el estadio ya era una realidad y abrió sus puertas con un baile de carnaval. El 5 de marzo fue la primera pelea. El arquitecto húngaro Jorge Kalnay le impuso su impronta; la misma que también dejó en otros edificios emblemáticos de la ciudad como la Vieja Cervecería Münich.

Remodelación del estadio Luna Park en 1951, cuando adquiere la fisonomía que tiene hasta hoy.

La política -cuándo no- se metió en sus tribunas desde el principio. En 1936, ya con un techo propio, velaron a Carlos Gardel. Helvio Botana, hijo de Natalio, el fundador del diario Crítica -muy asociado al Luna Park- relata en sus memorias que su padre coordinó con el presidente Agustín P. Justo la campaña para repatriar los restos del Zorzal para “tapar” el asesinato en el Congreso de Enzo Bordabehere. Dos años después, el estadio cobijó el acto nazi más grande que se haya realizado fuera de Alemania.

El acto nazi más grande que se haya realizado fuera de Alemania fue en el Luna Park, en 1939.

Perón se conoció con Eva en sus instalaciones y lo convirtió en un templo propio donde dio algunos de sus discursos más recordados. Fue él quien otorgó los papeles definitivos a sus dueños. Y, también, quien transformó el estadio en una unidad de medida para la política: “llenar un Luna Park”. En esos años también, la clase trabajadora empezaba a acceder a consumos culturales. Además de boxeo proliferaron espectáculos familiares como el catch -luego Titanes-, Holiday on Ice o los Seis Días en Bicicleta, que harían historia.

Perón y Evita en el Luna Park.

La caída de Perón casi termina con el Luna Park, la Libertadora quiso expropiarlo y acusó por defraudación a Pace. Un fatal accidente automovilístico del empresario resolvió la cuestión en 1956. Pepe Lectoure había muerto seis años antes. Su viuda Ernestina Devecchi -que trabaría amistad con el almirante Rojas- manejaría los destinos del estadio desde entonces y hasta su muerte, en 2013; siempre desde las sombras.

Los Seis Días en Bicicleta, un clásico del Luna Park. La foto es de la edición de 1999.

A la vista de todos se ocuparía del Luna Park su sobrino político y amante, Juan Carlos Lectoure, que llevó al boxeo argentino a su apogeo y tuvo trato con todos los presidentes democráticos o de facto, que querían mostrarse cerca de los campeones.

Por el Luna pasaron actos antiperonistas, radicales, montoneros. Se convirtió en una sala de conciertos y eventos codiciada. Se despidió Sui Generis y cantó Frank Sinatra. Juan Pablo II lo llenó dos veces y Diego Maradona lo convirtió en su salón de casamiento.

Maradona y Claudia Villafañe en su fiesta de casamiento en el Luna Park, en 1989. Los flanquean Carlos Bilardo y Julio Grondona. Foto: Reuters

En el Luna también bailó Julio Bocca. Menem jugó al básquet y un Néstor Kirchner lívido asistió a la presentación en sociedad de La Cámpora. Fue su última aparición pública.

Néstor Kirchner y Cristina Fernández en el Luna Park, el 14 de septiembre de 2010. Foto: Marcelo Carroll

Ligado al poder desde sus inicios, el Luna Park quedó en manos de la Iglesia, en tiempos de un Papa argentino. Encierra una Buenos Aires que ya no existe. Y hoy el palacio de los deportes y de la melancolía porteña vale millones. (Clarín)

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