Especial

No culpen sólo a la pandemia

El COVID-19 fue uno de los grandes problemas con los que tuvo que enfrentarse el deporte santacruceño en este último tiempo. Este fue el motivo por el que muchos atletas e instituciones dejaron la actividad física recientemente. Pero finales de ciclo hubo siempre. Incluso antes de la pandemia. Con razones diferentes como la falta de tiempo, el trabajo, la familia y las lesiones. Atletas de la provincia cuentan su historia con el deporte. Lo hacen en primera persona. Cómo empezaron, lo que hicieron y también el porqué, en algunos casos, de un temprano retiro.  

  • 28/05/2021 • 09:45
El tiempo, uno de los grandes enemigos de los deportistas.
El tiempo, uno de los grandes enemigos de los deportistas.

En Santa Cruz, el deporte no es de las actividades denominadas esenciales. No lo era ya antes de la pandemia. La cosa no cambió ahora en tiempos de COVID-19.

La actividad física fue una de las cosas que primero se prohibió cuando el país, en general, y la provincia, en particular, entró en cuarentena. Consecuentemente con este pensamiento, el deporte fue de las últimas habilitaciones que permitió el gobierno post encierro.

Poco fue el tiempo que se mantuvo abierta a la práctica deportiva. En pleno surfeo de la segunda ola, las autoridades provinciales volvieron a bajar a la actividad física de la lista de excepcionalidades. Fue gradual. A la vez que raro. Y rápido.

De una semana para otra, limitaron la cantidad de participantes. Eso fue primero. Después, llegó la prohibición total y definitiva. Según el último decreto, la suspensión de las actividades no sólo incluyó a los deportes individuales y de conjunto, en todas sus versiones y formas, sino también a las que persiguen fines recreativos al aire libre. Como ser caminatas, running o ciclismo por mencionar algunas.

Fue la pandemia, la cuarentana y la falta de acompañamiento político la que terminó por afectar y mucho al deporte en la provincia. No sólo llevando al abandono a atletas, formados o casuales, sino también al cierre de escuelas y clubes.

Muchos de los equipos que jugaban el torneo de Divisiones Inferiores en la Liga Independiente de Fútbol de los Barrios no lograron sobrevivir a tantos meses de olvido y encierro. Tal es que así que, una gran cantidad de estos, no pudieron volver cuando los torneos se reanudaron el mes pasado. Lo mismo pasó en el básquet. El caso más emblemático fue el de Los Tigres, que pasó de ser una escuela premiada por su trabajo y crecimiento en el 2018, distinción otorgada por la Dirección de Deportes Municipal, a desaparecer. Todo en el término de un par de años y sin mediar siquiera ocupación o ayuda siquiera de terceros. La dejaron, sin más y un poco entre todos, cerrar. Lamentablemente. 

Muchos de los más de 150 jugadores y jugadoras que formaban parte de Los Tigres dejaron de jugar bajo la excusa de la pandemia. Cuando, en realidad, fue por mucho más que eso.

El abandono de la práctica deportiva es una situación casi tan vieja como la existencia misma de los deportes.

Puede que la pandemia haya acelerado el retiro de muchos. Y dado a varios una excusa válida como para dejar de hacer algo o de jugar a algo.

También es cierto que con el COVID-19 muchos se acercaron a la actividad física. Más no haya sido como una vía de escape a tanto encierro. Por unos meses el mundo deportivo nuestro se dividió en corredores o ciclistas. El mismo boom se vio no sólo a lo largo y ancho de la provincia sino también del país. 

Para los que aman hacer deportes, el tener que dejar la actividad física no es una decisión fácil de tomar. Los profesionales hablan de un largo y costoso proceso de preparación física y mental, entre el decir y el hacer.

Casi por el mismo proceso pasan los amateurs. Lo cierto es que, como todo ciclo, el deporte también se termina. Para algunos antes que para otros.

Gustavo se crió casi entre pelotas de básquet, handball y piezas de ajedrez. De grande comenzó a jugar al golf. “Tenía más de 30 años cuando empecé. Arranqué porque en ese momento, quien era mi concuñado, lo jugaba y me invitó a ir un día con él a la jaula de práctica. Me insistió tanto que lo acompañé. Si bien nunca lo había jugado hasta entonces, sabía del golf y me gustaba. De hecho solía ver grandes torneos por la televisión y seguir a alguno de los argentinos que estaban jugando a nivel internacional. Como el “Pato” Cabrera, por mencionar a alguno. Me gustó tanto que me puse a entrenar con un profesor. Sumé horas y horas en la cancha y hasta empecé a competir”, relató.

Fue todo muy rápido y fuerte lo que vivió Gustavo con el golf. Hoy, a sus 38 años, este riocuartense de nacimiento y riogalleguense por adopción colgó ya los palos. “Jugué mucho durante cinco años. Lo que me alejó de la práctica del golf, fue básicamente que es muy demandante en cuanto al tiempo. Tenés que pasarte afuera de tu casa entre cinco y seis horas semanales y a eso hay que sumarle el tiempo de los torneos que es mucho mayor. Acá lo que no ayuda tampoco es el clima. Porque es por momentos muy cambiante y por otros muy duro, entre el viento y el frío. Con lo cual, se me hacía difícil el poder jugar o dedicarme al deporte como este lo requería. Eso, sumado al trabajo y las actividades familiares que eran difíciles de congeniar, me terminaron por alejar del campo y de la actividad”, contó.

Otro caso testigo puede ser el de Andrea. Ella amante del handball. “Fue el deporte de mi adolescencia. Y el que me marcó para toda la vida. Jugué en el Rocha desde los 13 hasta los 17 años. Fueron tiempos muy lindos los que viví entonces. Recuerdo que entrenaba mucho, que me gustaba pasar tiempo en el gimnasio y compartir diferentes momentos con mis compañeras. Además, viajábamos mucho para jugar en diferentes torneos en Río Turbio, Caleta Olivia y Comodoro Rivadavia. También solíamos ir a Chile y, hasta alguna que otra vez, fuimos a Córdoba a competir”.

La carrera deportiva de Andrea duró casi lo que su adolescencia. “Dejé de jugar por cuestiones propias de la edad. Me empezaron a interesar otras cosas y el handball fue quedando de a poco a un lado. Hasta que lo abandoné por completo”.

A diferencia de Gustavo, Andrea, jugó con algunas idas y vueltas más. “Intenté volver varias veces. Lo hice pero por poco tiempo cada vez. Quedé embarazada primero y después se me complicó congeniar la maternidad y el trabajo. Por entonces entrenábamos muy tarde y se me hacía difícil poder ir. Cuando logré más o menos acomodarme a todo lo nuevo que me estaba pasando, me lesioné. Ahí se acabó todo definitivamente”, lamentó.

Las lesiones también marcaron a Sebastián. Pero en el básquet. “Jugaba en mi provincia natal y me vine a Río Gallegos a jugar profesionalmente. Lo hice por un tiempo hasta que me lesioné la rodilla y no pude jugar más. Fue muy duro en ese momento. Cuando me recuperé, retomé la actividad pero ya no de manera profesional. Fue más bien para darme el gusto de competir. La liga local me dio esa oportunidad. En el 2019 fue el último torneo en el que participé. Cuestiones laborales y familiares me llevaron a alejarme de nuevo de la cancha. El tiempo dirá si para siempre”, señaló.

Otro atleta este y otra carrera terminada. Lo de las razones es, a esta altura, algo anecdótico. Lo importante es que en todos, la llama del deporte sigue viva. De manera diferente pero viva al fin.