Día Mundial de la Alimentación
La urgencia de transformar los sistemas alimentarios ante la emergencia climática y de biodiversidad.
Cada 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Alimentación, con el objetivo de concientizar sobre el problema alimentario mundial, fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre y la desnutrición, y recordar la necesidad de garantizar la seguridad alimentaria. Dicha fecha está alineada con el objetivo de disminuir el hambre en el mundo, propósito que también busca la Agenda 2030 con su meta de hambre cero.
Este día fue proclamado en 1979 por la Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el lema de este año responde a “El agua es vida, el agua nutre. No dejar a nadie atrás”.
El agua es el recurso más preciado y explotado del mundo. Sin embargo, siempre se ha infravalorado, junto con los ríos, lagos, humedales y acuíferos que la almacenan y suministran. Esta falta de conciencia y comprensión de la importancia de los recursos hídricos ha tenido un coste inmenso: el mundo se enfrenta a una crisis del agua generalizada y cada vez más grave que está minando la salud humana y planetaria. Miles de millones de personas siguen sin tener acceso a agua dulce y saneamiento, la inseguridad alimentaria va en aumento, los riesgos hídricos para la agricultura y la industria son cada vez mayores y estamos perdiendo especies y ecosistemas de agua dulce a un ritmo alarmante.
“Los actuales sistemas de producción de alimentos están basados en una explotación insostenible de los recursos naturales y son los principales impulsores de la pérdida de biodiversidad y la degradación y destrucción de ecosistemas: esto exacerba la actual crisis climática y ecológica y pone en riesgo la seguridad alimentaria mundial”, comenta Manuel Jaramillo, director general de Fundación Vida Silvestre.
El sistema alimentario es responsable del 80% de la pérdida de biodiversidad, el 80% de la deforestación y el 29% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Además, más del 75% de la superficie del planeta ya ha sido transformada por el ser humano y de esa proporción, un 41% está destinado al sector agroalimentario. La solución consiste en transformar los actuales sistemas alimentarios para lograr que sean amigables con la naturaleza y saludables para las personas.
Según un reciente informe de WWF, el agua, la fuerza vital de nuestro planeta, y los ecosistemas que la sustentan -ríos, lagos, humedales y acuíferos- se han infravalorado sistemáticamente. Este descuido tiene un profundo costo: una crisis del agua que corroe el bienestar humano y pone en peligro la salud de nuestro planeta.
Asimismo, el crecimiento de la población, la economía y la urbanización están ejerciendo una presión adicional sobre el suministro de agua y los ecosistemas de agua dulce, a medida que el cambio climático altera drásticamente el sistema hidrológico mundial. Necesitamos revertir urgentemente estos impactos porque los ecosistemas de agua dulce sanos son fundamentales para garantizar la seguridad hídrica, alimentaria y energética, así como para hacer frente a la crisis climática y de biodiversidad.
La forma en que venimos produciendo alimentos a gran escala debe revisarse, con el objetivo de lograr un real desarrollo sustentable compatible con la alimentación de una población global creciente y dentro de los límites planetarios. La pérdida de biodiversidad amenaza también la seguridad alimentaria, por lo que las acciones para transformar nuestro sistema alimentario mundial se vuelven prioritarias.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Seguridad Alimentaria “a nivel de individuo, hogar, nación y global, se consigue cuando todas las personas, en todo momento, tienen acceso físico y económico a suficiente alimento, seguro y nutritivo, para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias, con el objeto de llevar una vida activa y sana”. Y esto está directamente relacionado con la situación ambiental, ya que los riesgos asociados a la destrucción de la naturaleza pueden influir en la posibilidad de producción, abastecimiento y acceso a los alimentos.
En este contexto, todos tenemos un papel que desempeñar para hacer frente a la crisis mundial de alimentos, climática, de biodiversidad y de agua dulce, pero el progreso real depende de la acción urgente de las principales partes interesadas. Los responsables políticos locales, nacionales y transfronterizos, los líderes empresariales y financieros y las organizaciones de la sociedad civil deben movilizarse para cambiar radicalmente este escenario.
Tenemos que invertir en la naturaleza creando las estructuras adecuadas de gobernanza, administración, financiación y asociación para proteger, restaurar y gestionar de forma sostenible los ecosistemas tanto terrestres como acuáticos, y allanar el camino hacia un futuro positivo para la naturaleza, equitativo y resiliente.
“Necesitamos modificar y repensar las bases, cambiar la forma en la que producimos alimentos y convertir el actual sistema alimentario en uno que responda a los cuidados ambientales, sanitarios y sociales. De lo contrario, seguir por este camino tendrá efectos sobre el clima, la provisión de agua, la estabilidad y calidad de los suelos y, en consecuencia, sobre la misma producción de alimentos, afectando a la seguridad alimentaria global y la salud del planeta y las personas”, afirma Jaramillo.
Resulta primordial redefinir los modelos de producción y de consumo, respondiendo a las tendencias alimentarias y productivas que demanda el mercado global y garantizando los cuidados necesarios para todas las personas, así como también para nuestro planeta. Así ayudaremos a revertir la pérdida de naturaleza, detener la destrucción de ambientes naturales, reducir emisiones de gases efecto invernadero, disminuir la contaminación del agua y la escasez hídrica, y proporcionar a todas las personas alimentos saludables y nutritivos.