Columna

El dilema, un año ambivalente. 2020 Pandemia

Por Dr. Gabriel Giordano. 

  • 27/12/2020 • 09:13
Dr. Gabriel Giordano.
Dr. Gabriel Giordano.

Cuando un nuevo virus surgió en diciembre de 2019 en una remota ciudad de China, Wuhan, desde la perspectiva occidental en esta tierra patagónica, se veía como una epidemia ajena, como un problema de otros y que ello no llegaría jamás a estas legendarias latitudes y menos aún que pudiera alterar nuestra forma de vida. Pero llegó, para cambiar radicalmente todo. Con el virus, llegó también una inevitable ambivalencia, en él se fue el año 2020. Sin dudas, la crisis mundial sanitaria nos pone delante de un espejo para mostrar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. La pandemia ha ayudado a muchos a priorizar lo importante, la vida y las propias personas, acentuado el egoísmo. El Coronavirus es también una cura de humildad, que nos ha hecho ver lo vulnerable de nuestra forma de vida.

Ahora nos invaden reacciones tan humanas y de siempre como el miedo a lo desconocido, la incertidumbre o el temor a la muerte”. Y nos ha impuesto un nuevo presente, pues la obligación de parar nos fuerza a bajar el ritmo, revisar las oportunidades, nos vuelve más creativos a trabajar en casa y entretenernos con los nuestros.

 

La revolución digital está siendo completada por la pandemia. Así, hemos asistido a una evolución meteórica del home office, la educación, la convivencia y hemos abierto las puertas a una nueva realidad pues el confinamiento ha multiplicado las propuestas virtuales para casi todo: Trabajo, educación, entretenimiento, comprar, compartir, donde el poder judicial no ha quedado excluido, claro está que con torpeza y lentitud vamos asimilando los cambios. El confinamiento y aislamiento social nos ha obligado a distanciarnos de nuestros seres queridos, pero también nos ha llevado a tener un mayor contacto incluso con amigos y familiares en lugares distantes a través de videollamadas y reuniones, ha extendido las jornadas de trabajo, cursando latitudes inimaginables. Argentina y la provincia de Santa Cruz no quedan fuera de los efectos del virus, la gran crisis económica ha provocado que muchos vieran sus negocios reducidos o incluso se quedaron sin trabajo, pero gracias al esfuerzo de un estado presente se amortiguó parte de los impactos letales de paro de actividades, también hemos visto surgir nuevos negocios. Ya podemos dejar el primer mensaje siguiendo al maestro genio de la humanidad Einstein: “Estamos atravesando épocas de cambios, de restructurar, de reinventarnos, innovar, recapacitar, ser pacientes y comprensivos, pero, sobre todo, solidarios, positivos, respetuosos y empáticos”.

 

El año que dejamos y el que se viene se van a diferenciar porque ya somos mucho más conscientes de lo que hacemos y sentimos, pareciera surgir en masa un consumo más ético y sostenible, priorizando la salud, que la podríamos definir como la metaconciencia colectiva y grupal de la supervivencia de la raza humana. Eso conlleva a un cambio de prioridades y planes de vida, la ansiedad por recuperar los pequeños rituales, momentos familiares y de amistades; la modificación de rutinas, darán paso a una mayor consciencia del impacto de nuestros actos sobre la naturaleza, en general sobre el hiperconsumo.

 

Estamos transitado un cambio del sistema de bienestar al sistema del bien-ser, con un nuevo orden mundial económico más diverso y social, el auge de nuevas modalidades de trabajo, el comercio electrónico y la estancia en casa, provocarán sin duda un cambio en el paradigma de las relaciones humanas, en particular las vinculadas con el trabajo. Lo cierto es que lo que podría traer alivio a la desazón hoy se pone severamente en crisis, es decir la vacuna al COVID no detiene el avance de posibles nuevos brotes o rebrotes de infecciones masivas, por tanto, podemos considerar que la tormenta no pasará en lo inmediato y el mundo seguirá evolucionando, pero las decisiones que tomemos, como Gobierno, Empresas, Organizaciones y Ciudadanos, Profesionales, Periodistas; forjarán el mundo las próximas décadas. El hambre en el África aumenta, la cantidad de desplazados de sus hogares en Siria también, los Estados Unidos seguirán destruyendo el multilateralismo y negando el cambio climático, los chalecos amarillos en Francia protestan y los neofascistas resurgen en Europa, Putin buscaba eternizarse en Rusia, las bolsas de valores suben y bajan y los petroleros contaminan generosamente la atmósfera, las megaciudades juegan a ser sostenibles, las multinacionales crecen a costa del medio ambiente de los países del tercer mundo, Bolsonaro no para de quemar la selva, los pesqueros industriales depredaban los mares argentinos entre otros y los turistas confunden los lugares de vida y los venerables monumentos con parques temáticos, los curiosos se apropiaban indebidamente de bienes culturales, patrimonio de la humanidad. Pero todo pareciera estar bajo “control”. La codicia como motor del mundo sigue en marcha acentuándose la desigualdad, las grietas y la humanidad avanza engañada hacia el desastre, caminando al borde del precipicio. En nuestro entorno, el aire de las ciudades en alerta, la deforestación avanzando aceleradamente, las mineras al acecho del oro, incluso a costa de la destrucción de los ecosistemas y la contaminación de las aguas, los petroleros buscando llegar hasta los más íntimos rincones de la madre tierra para proseguir su insostenible tarea y los carboneros buscando mercados para seguir exportando contaminación, el narcotráfico prosperando y los defensores del medio ambiente y los líderes sociales muriendo. La codicia como motor del país sigue en marcha, el extractivismo se impone, la gente protesta y se dice que la economía mejora levemente. Y en ese contexto todo es “normal”.

 

Simplemente que a pesar de las reiteradas señales de angustia que nos dio la naturaleza y de las múltiples advertencias de los científicos sobre la necesidad de cambiar nuestra relación con ella y adoptar formas de vida más austeras y sencillas, que exigieran menos de los ecosistemas de los que vivimos, ignoramos estos mensajes seducidos por el brillo ilusorio de la sociedad de consumo globalizada y seguimos explotando el mundo natural como si fuera infinito, superando su resiliencia y su capacidad de soporte. La pandemia -el año que dejamos- nos ha ayudado a entender que algo muy grave nos amenaza a todos, que lo que nos decían los científicos sobre el cambio de las condiciones de habitabilidad del planeta por nuestra causa es cierto y que los síntomas de deterioro de los sistemas de la Tierra, acelerados especialmente durante el último medio siglo, por la adopción de los valores y las formas de vida impuestas por los modelos neoliberales no pueden continuar. Sin embargo, seducidos por el brillo ilusorio de la sociedad de consumo seguimos avanzando hacia la insostenibilidad.

 

 

Este nuevo período de la historia planetaria, que se ha dado en llamar Antropoceno en referencia a nosotros como sus causantes, nos presenta la disyuntiva de escoger dos posiciones excluyentes: Que se consolide la crisis civilizatoria si continuamos por el mismo camino, o adaptarnos al nuevo e incierto escenario que hemos creado, para vivirlo y aprovecharlo estableciendo una relación diferente con la naturaleza y entre nosotros, aprovechando sosteniblemente los bienes y servicios, esenciales para la vida y el progreso, que generosamente nos brinda. El dilema de escoger cuál de ellas seguir se origina en dos emociones muy poderosas, que han orientado desde siempre el comportamiento de la humanidad, pero que para no frenar su exitosa historia deben coexistir e interactuar: El miedo y la esperanza.

Pero la superación de la crisis que vivimos no es solamente un asunto que debe abordarse desde la ciencia y la tecnología; es esencialmente un asunto cultural y político. La armonización entre el miedo y la esperanza implica, además de apoyarse en la ciencia para entender la realidad, la transformación de los valores sociales y de las formas de gobierno, reemplazando el egoísmo por la acción colectiva, la avaricia por la generosidad, la violencia por la tolerancia, el autoritarismo por la participación, la corrupción por la honestidad y el consumismo por la mesura. Como hombre de derecho, espero que también en lo judicial prospere la cordura y esa transformación se logre, adaptándonos a las nuevas condiciones que se nos impone, en homenaje a todos aquellos a los que este enemigo invisible les arrebató sus vidas.

 

Dr. Gabriel Lucio Giordano

Presidente del Instituto de Estudio y Capacitación Jurídica Bi-Nacional Patagónico, Argentino-Chileno.