Testimonio

Denunciar a tu abusador: la historia de B. y de todo lo que tuvo que atravesar

B. denunció los ataques en 2014, pero tras años de vueltas y nada de avance, revocaron el procesamiento del pastor acusado de abuso en 2021. Tras la apelación de la querella, en noviembre pasado ratificaron el procesamiento por abuso sexual. TiempoSur escuchó su historia, quien tenía 16 años cuando todo empezó.

  • 15/01/2023 • 18:55

B. denunció en 2014 haber sufrido reiterados abusos y amenazas por parte de uno de los pastores de la Iglesia a la que iba. Ese año se abrió una causa contra Miguel Triviño, mano derecha de Bolívar Santos, pastor de la iglesia del Movimiento Cristiano y Misionero.

Los abusos empezaron en 2007, cuando tenía tan solo 16 años. Ella contó que el pastor “creaba situaciones para que quedáramos solos los dos en la cocina de la Iglesia. También amenazaba con matarme a mí y a mi madre, y me decía que si hablaba nunca íbamos a poder conseguir una casa” mencionando que el sujeto tenía vínculos con la política.

 

Los abusos no solo le generaron depresión, sino que la volvieron más violenta. Al notar esto, su madre quiso saber qué le pasaba, pero ella no quería hablar, decía que no pasaba nada. Fue un día que su mamá insistió tanto, que no le quedó otra que contarle lo que ocurría: estaba siendo abusada por uno de los pastores. Eso les contó a sus padres, quienes inmediatamente pidieron reunirse con Bolívar Santos para que le explicara cómo algo tan aberrante e impensado podía estar pasando. Después de que Bolívar los esquivara por un tiempo, finalmente consiguieron una reunión. Pero de esta solo participó Bolívar Santos, Triviño y la adolescente de, ahora, 17 años. A sus padres no le permitieron entrar, y cuando terminó, se les dijo que su hija mentía solo porque quería llamar la atención.

B. mencionó que ese día Bolívar le dijo que el pastor Triviño había confesado los abusos y que no iban a volver a ocurrir, pero que tampoco se iba a volver a hablar del tema. Los padres nunca dejaron de creerle a su hija y querían realizar la denuncia a la policía. Sin embargo, la adolescente no quería porque tenía miedo de poner en riesgo la integridad física de su madre o de ella misma.

 

La iglesia, que alguna vez había sido un lugar feliz para ella, ahora era un calvario. Señaló que no solo tenía que cruzarse a su abusador, sino que la gente empezó a hablar, a criticar, a juzgar. Una vez, los hermanos conocidos como amables, buenos y colaboradores, siempre dispuestos a ayudar, ahora eran como las ovejas negras del rebaño.

La familia seguía yendo a la Iglesia. La mamá de la víctima estaba enferma de cáncer y asistir a la iglesia era algo que le hacía bien. “Nos decían que íbamos a provocar, pero no era por eso. Uno si va a la iglesia es buscar a Dios, no al hombre. Después de un tiempo, ya no quise ir más a la iglesia, porque ya estaba depresiva y me empastillaba”, dijo.

Tras los abusos, ella relata que empezó a tener trastornos alimenticios porque se sentía “gorda y sucia”. También comenzó a consumir pastillas. Cuando disminuyó su consumo empezó a somatizar, es decir, creer que padecía dolores y enfermedades que no tenía. Su mente le intentaba decir que las cosas no estaban bien y lo hacía de la peor manera, haciéndole creer que tenía enfermedades y dolores físicos que, en realidad, no estaban ahí.

De alguna manera, por los fuertes “dolores” que sentía, terminó en 2010 derivada a Buenos Aires con un diagnóstico de artritis reumatoidea. Ahí le hicieron estudios y su doctor clínico no encontró nada. En Buenos Aires, después de muchísimos estudios, le dijeron que físicamente estaba sana y que algo le estaba pasando mentalmente, que le generaba esos dolores. Fue después de ese diagnóstico que B. tuvo el intento de suicidio que la dejó un mes en coma.


Ella indicó que quería dejar de sentir porque estaba cansada de vivir: “Hasta el día de hoy sigo cansada de vivir”. Hasta el día de hoy sigo cansada de vivir. Siento que si mi hija vino a este mundo, es por algo, es lo que siempre me dicen mi familia y mis amigos, que ella me quiso salvar de algo que iba a hacer y que capaz esta vez no iba a tener vuelta atrás. El trauma que a mí me dejó Triviño no se lo deseo a nadie, estas secuelas que no se recuperan de un día para el otro”.

B. habla de su historia de forma tranquila. Antes le costaba contar lo que había pasado en detalle, pero en algún punto se hizo más fácil, tal vez de tanto repetir la historia. Aun así, hay un momento en el que se quiebra en su relato, y es cuando habla de cómo los abusos y el acoso la volvieron una persona que no era, alguien que reaccionaba con violencia.

Una de las secuelas de los abusos -manifestó- fueron las reacciones violentas que tenían como principal punto a su hermana. Fue así que en mayo de 2014 su reacción fue tan fea que, de no haber sido frenada, todo podría haber terminado en tragedia. Ella cuenta llorando que su mamá se mudó a otra casa con su hermana para resguardar la integridad física de la chica. Las palabras de la mujer a B. fueron: “Cuando vos decidas hacer la denuncia yo te voy a acompañar y te voy a apoyar, pero así no se puede vivir acá”. Belén hizo la denuncia en la OVD (Oficina de Violencia Doméstica), que queda por la calle Jofré de Loaiza. Así empezaron las declaraciones, primero citaron a su familia y después, a la otra parte, al pastor Triviño.

En el momento de la denuncia le hicieron pericias psicológicas y psiquiátricas que concluyeron que su relato era fiable y que presentaba secuelas de los eventos traumáticos denunciados hasta la actualidad. Además, constataron que B. tenía riesgo suicida moderado.

Los años pasaron, la causa se cajoneó, todo se estiró, las cosas no se movían o lo hacían apenas. Fue en 2021 que el Juzgado de Recursos anuló el procesamiento.

Uno de los motivos fue creer que la víctima mentía, según se consideró en ese momento, los dichos de B. no eran fiables, aunque los expertos hubieran dicho lo contrario, eso no importó. Ella mencionó que lo que sintió en ese momento fue impotencia, bronca, porque en ese tiempo la justicia le creyó más a Triviño que a ella: “Dejaron a la víctima como la mentirosa”. Relató que estaba muy enojada y lloraba todos los días, pero “seguí orando y todos los días le pido a Dios que no me suelte la mano”.

En noviembre de 2022, tras una apelación, Triviño fue nuevamente procesado. Se entendió que no escuchar el relato de la víctima era atentar contra los derechos humanos y que iba en contra de la perspectiva de género. Alguien entendió que una víctima no denuncia cuando suceden los hechos, sino que cuando puede hablar de ellos.

Para B. las cosas están lejos de terminar. Es más, recién vuelven a empezar, pero ella encara esta situación con la frente en alto, preparándose para enfrentar a la persona que le quitó tantas cosas y le dejó marcas que persisten hasta el día de hoy.