Boric, un patagónico en La Moneda
Por Rubén Zárate.
El triunfo contundente del magallánico Gabriel Boric Font en la presidencia de Chile consolida un proceso de cambios basado en intensas revueltas callejeras masivas en 2011 y en 2019 y múltiples protestas regionales y sectoriales que llevan una década. Su triunfo con el 55,87% de los votos frente al 44,13% del candidato de la extrema derecha José Antonio Kast abre un fuerte debate en América Latina sobre la capacidad transformadora de la nueva política.
Masividad voluntaria.
Esta elección fue la más masiva de la historia de Chile con el 55,58% de votantes. Votaron 8.259.772 de un total de 15.030.974 electores habilitados en el Padrón Electoral Definitivo de acuerdo a la publicación del SERVEL, 14.959.956 electores en el territorio nacional y 71.018 en el extranjero.
La masiva incorporación de nuevos votantes le permitió incrementar en ocho puntos más el resultado de la primera vuelta del 21 de noviembre y convertirse en el primer caso en el que saliendo en segundo lugar en la primera vuelta, ganó en el balotaje. En solo cuatro semanas logró convocar a 1.200.000 votantes más. Las mujeres y los jóvenes (Boric tiene 35 años) le dieron una victoria por más de 11% sobre Kats.
La historia electoral desde que optó por el voto voluntario en 2012, indica que siempre estuvo bajo el 50% de electores habilitados. En 2012, 42,95%; en 2013, 41,88% (presidencial); en 2016, 34,83%; en 2017, 48,97% (presidencial); en 2020, 19,6% (gobernadores).
La magnitud de los resultados y sobre todo la de la movilización electoral terminaron por enterrar las hipótesis que han dominado ésta época indicando que Chile era un país irremediablemente despolitizado desde que el plebiscito que en 1988 terminó con la dictadura de Pinochet, pero dejó una estructura de poder conservadora, basada en una pirámide legal organizada por una constitución diseñada por ese mismo poder y conservada desde entonces.
El proceso que se abre con esta elección también impugna la idea del ¨modelo chileno¨, instalado desde 1990 por la derecha del continente como el gran ejemplo del Consenso de Washington, a seguir por los países de Latinoamérica.
Revolución y legitimidad democrática
Toda la derecha organizada en torno a Kats obtuvo la misma cantidad de votos que Pinochet había logrado en 1988, mostrando que el sostenimiento del orden establecido solo era posible sobre la base de la baja participación política. También el triunfo de Boric interpela de forma profunda el rol de la socialdemocracia en una democracia tutelada internacionalmente bajo la integración a la OCDE y múltiples acuerdos de libre comercio.
En Chile se viene produciendo una revolución política con todos los ingredientes del Siglo XXI, profundamente democrática y ciudadana, rica e incierta. El 18 de octubre de 2019 empezó a caer todo el orden jurídico construido desde 1973 luego del golpe a Salvador Allende; estas elecciones terminan de cerrar ese ciclo histórico basado en el legado de la dictadura.
Se está desmoronando a la vista del mundo una estructura de poder configurada desde el último tercio del Siglo XX. Todo el andamiaje institucional y económico ha ingresado en una situación de transformación vertiginosa y las calles parecen recuperar esa profecía política y poética que se fue recreando en las nuevas generaciones de chilenos: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor¨
En el plebiscito constitucional una enorme cantidad de dirigentes de diversos orígenes políticos, sociales y étnicos, desafiando las estructuras clásicas de los partidos que habían dado forma a un estable sistema bicoalicional derrotó 78% a 22% a toda la política tradicional y en particular a la derecha.
La elección de constituyentes profundizó esta irrupción social en el espectro político, el perfil mayoritario de los constituyentes se organiza ideológicamente en la izquierda chilena y en las tradiciones más populares; sus propuestas cuestionan abiertamente los principios neoliberales que han organizado el país.
Solo basta pensar que mientras el actual presidente Piñera mantiene una situación de excepción institucional en la zona de la Araucanía y aplica leyes segregacionistas contra el pueblo Mapuche, una de sus líderes más destacadas, Elisa Loncón Antileo preside la convención que redacta la nueva Constitución de Chile, y que unos días antes de la elección afirmó que la primera etapa del nuevo presidente, “será de transición” y su labor será “facilitar el camino constituyente”.
Boric, asumió en campaña este compromiso y convirtió esta elección en la mayor victoria que ha tenido la izquierda de Chile en toda su historia. No hay que olvidar que Allende siempre fue minoría y nunca tuvo oportunidad, como ahora, de redactar una nueva constitución que se nutre, en general, con impulso ideológico basado en una crítica profunda al neoliberalismo y está comprometido en lograr la distribución del poder y la riqueza de forma más justa. Convergen en él décadas de demandas de reconocimiento de derechos y la ampliación de los mismos, con una nueva generación que tiende a no aceptar privilegios.
Dos constituciones, dos tiempos
Boric, cuando asuma en marzo de 2022, se va a convertir en el presidente que jurará por dos constituciones en su mandato. Su gobierno va a estar definido por esta situación excepcional. Hasta mediados de 2022 va a tener plena vigencia la constitución cuestionada por esta amplia coalición que inicia su gobierno y luego va a tener que ejercer plenamente lo que resulte de la Convención en proceso, que hasta ahora parece demostrar una alta identidad con su programa de gobierno. No sería excesivo considerar que una parte del triunfo de Boric se basa en la decisión de proteger el proceso constituyente.
La vigencia de la nueva constitución y cláusulas transitorias va a ser un debate en sí mismo. Este ¨borrón y cuenta nueva¨ es probable que requiera del nombramiento de miles de nuevos funcionarios de todas las jerarquías, ya que algunas instituciones van a sustituir a otras de forma inmediata. Habrá que analizar cambios desde el nivel de Ministros de la Corte Suprema y Fiscales Nacionales hasta cargos creados para la tutela de los nuevos derechos o las nuevas funciones regionales.
Algunos debates sobre el nivel de representación legislativa nacional, junto a los que ya han avanzado en procesos de federalización, descentralización y desconcentración a nivel territorial-subnacional, insinúan cambios profundos en la identidad política del nuevo orden político que nace. Emerge una diversidad que deberá encontrar formas nuevas de gobierno y gobernanza de forma simultánea.
La hipótesis central es que será un gobierno de dos tiempos, uno organizado por los restos del ¨ancien regimen¨ y otro acelerado por la culminación de la actividad constituyente y el ingreso de forma más plena a esta fase institucional de la revolución que expresa el programa de gobierno.
Este inédito nivel de integración fundacional entre programa de gobierno y programa constitucional en el gobierno de un país latinoamericano ampliará el campo de batalla ideológico y político, desde las calles de chile a todas las fuerzas políticas latinoamericanas, en particular aquellas que provienen de la izquierda y de expresiones nacional-populares más emancipadoras.
Nunca como ahora adquiere vigencia esa antigua frase de Gramsci que alertaba con lucidez a los movimientos populares, ¨El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos¨.