Sonidos

La música toca madera

El sonar de un cajón tiene su iniciación en la mano que lo estructura, que le da sonido, estética y alimenta el rubro de la carpintería en afinidad con el arte. Ésta es la historia de un cajón que atraviesa fronteras culturales y géneros musicales, pero que vale decirlo, nace en manos emprendedoras del sur.      

  • 16/04/2019 • 10:55

Matías Berrios, es un percusionista de Río Gallegos que inició con el emprendurismo de construir cajones de flamenco (o peruanos) a mediados de abril del 2013, como incursión a ese elemento que lo acercara al género. Desconociendo marcas y tipos (ya que escaseaba la información en internet), acudió a un luthier, pero se topó con que le era imposible económicamente adquirirlo. 

“Me puse a investigar sobre los cajones, y di cuenta que el cajón originalmente proviene del Perú, después viajó a España y se instaló en la música española”, contó Matías a NOS. Historia que lo llevó a inquietar su oficio en la carpintería y decidir construirlo. Para ello, debió investigar el tipo de madera que se utiliza y como van pegados diferentes tipos de maderas. Al poco tiempo, se dieron los resultados con la construcción de su primer cajón. Aunque, al contactarse meses después con uno de sus referentes en la multi-percusión, Xavi Turull (ex percusionista de la banda Ojos de Brujo), y solicitarle algunas de sus partituras, recibió algunos consejos e información para  mejorar la construcción.

La génesis

El nombre que le dio a este oficio comercial fue Aquelarari, que significa ‘La bailaora´ o ´bailadora´ en caló, el dialecto gitano antiguo. Matías conoció de muy chico el trabajo donde poner el cuerpo, ya que su abuelo era carpintero y su padre es maestro mayor obra. “Todo lo que aprendí con respecto a la madera fue de ellos dos”, relata.

Sin embargo, siempre trabajó en el rubro automotriz, mas específicamente en la pintura automotriz, un complemento importante que sirvió para lucir la parte estética de los cajones. Tiempo después, casi la mitad de lo que lleva en el oficio, lo realiza con la ayuda de su actual pareja, Cecilia Quiriconi.

Los productos que utilizan en su elaboración son terciados fenólicos para la construcción del cuerpo del cajón y las tapas, ya que son maderas livianas y hacen más versátiles a los cajones, que son hechos a mano casi en su totalidad. “Ningún cajón es igual, ya que las maderas son distintas, cada árbol es único”, aclara Matías, y da cuenta que siempre hablan con el músico “para entender el tipo de sonido que quiere, si quiere que resalten más los agudos, si quiere que resalten más los graves y entender cómo piensa el músico que debe sonar un cajón flamenco”.

Hoy utilizan e incorporan otro tipo de materiales, como derivados de barnices acrílicos y poliuretánicos, y resinas que ayudan a mejorar bastante la durabilidad,  la estética y el sonido de los cajones.

Sobre los diseños, vale decir que son mayormente pensados por el cliente, quien les indica ´más o menos´ como se lo imagina y ellos tratan de respetar la idea. Aunque, de todos modos, siempre le ofrecen su punto de vista. E incluso, algunos les dan “total libertad en el diseño”. “Somos muy críticos, pero por suerte los clientes siempre quedan satisfechos al igual que nosotros”, expresa.

Buscando todo el tiempo la perfección, sin importar si es para una personalidad reconocida de la música como para la persona que recién está aprendiendo a tocar (o también para niños), el trabajo es implica una gran responsabilidad que asumen en el desafío con el cliente.

“Con el correr de los años, logré el sonido que tenía en mi cabeza del principio y espero seguir mejorando con los años”, expresa Matías.

Cruza géneros y fronteras

Los cajones generalmente, tanto el peruano como el flamenco son utilizados en una música en particular, pero también son versátiles al ser incorporados en otros géneros. “Nosotros tuvimos la suerte de construirle un cajón flamenco a Alejandro Oliva, un músico muy reconocido y uno de los directores de La Bomba de Tiempo y percusionista de Pedro Aznar”, advierte al señalar que lo utiliza en un set en el cual no toca música flamenca, sino que lo utiliza para tocar rock y hasta folklore. “El cajón en general es un instrumento que se puede utilizar en cualquier género musical y, por eso, es un instrumento tan interesante tanto para el vivo como para el acústico”, subraya Matías.

Por otro lado, destaca que la recepción de la gente “ha sido muy buena, más de lo que jamás esperé”. La sorpresa del percusionista devenido en luthier pasa por pensarse que pasó de construir un cajón para él mismo, a diseñar para personas que escriben desde Chile, México, Brasil y España. Aún con la complicación de no poder (por el momento) vender al exterior, algo que va saliendo de a pasos cortos pero firmes.

Construyen sueños

Matías junto a Cecilia, se dieron el gusto de que su cajón llegara a la música de Pedro Aznar, pero también pueden sacar a relucir que Marcos Díaz, bongocero de La Delio Valdés, se sumo a “la familia de los cajones Aquelarari”.

“Un sueño sería poder vivir absolutamente de esta pasión que es construir cajones flamencos y seguir sumando, otros tipos de instrumentos más, de los que ya hemos sumado en este último tiempo”, precisa Matías, en la mirada sostenida de su futuro con el oficio que hoy le da sus satisfacciones. Un emprendimiento que permite transmitir a la música el ritmo del cuerpo de quien lo toca, como también revela las manos de su creador. 

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